martes, 12 de febrero de 2019

CUENTO: ¿TE BLOQUEAS? PUES DESBLOQUÉATE

                                          ¿TE BLOQUEAS? PUES DESBLOQUÉATE.

  Carolina era una estudiante de 18 años que soñaba con ser escritora. Era una niña jovial y alegre. Le encantaba hablar con toda clase de gente, pero sobre todo escuchar. Y tenía una carita redondeada, rematada por unos enormes ojos negros de largas pestañas, que daban ganas de comérsela, como suele decirse. Una chiquilla que se hacía querer.  Cada vez que se ponía a hablar con una persona, absorbía todo lo que le contaba como una esponja. Leía mucho. Todo aquello que caía en sus manos. Aquella chiquilla se atrevía con todo, ya fueran Cervantes, Lope o Quevedo. De ahí saltaba a Conan Doyle o Agatha Christie. Pasando, desde luego, por Perrault, los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen o Gloria Fuertes. Y de allí, a lo mejor daba otro salto hasta Homero o Platón, si hacía falta. Tampoco le hacía ascos a una buena historieta de Tintín, Asterix, Batman, El Capitán Trueno o El Jabato. Todo aquello lo sacaba de la biblioteca de su padre, la cual se conocía al dedillo. Y no leía cada obra ni una ni dos ni tres veces, sino siempre que se le presentaba la ocasión. Devoraba toda clase de libros e historias con avidez y, después, abordaba a cualquier persona que pudiera compartir impresiones con ella sobre aquella infinidad de Universos que le presentaban esas obras o que pudiese ayudarla a comprender conceptos, personajes, momentos, sensaciones, estilos… Era una persona con un hambre insaciable de conocimientos y gusto por la cultura.
  
  Le gustaba mucho escribir cuentos e historias cortas, las cuales, cuando era más pequeña e iba a la escuela, le entregaba a su maestra para que se las leyera en voz alta a toda la clase, pues a ella le daba mucha vergüenza. Aunque, de alguna forma, no se sentía del todo complacida con lo que escribía. Desde luego, la maestra accedía de buen grado, pues aquella chiquilla era algo fuera de lo común, a pesar de que sus cuentos fuesen los propios de un niño de su edad. Además, la niña mostraba ciertos signos y detalles, como el querer añadir cosas a sus cuentos. Luego estaba el entusiasmo que ponía. También dibujaba personajes y paisajes para complementarlo de alguna forma. Fue creciendo y compaginaba sus estudios con la lectura y la escritura, aunque entonces, ya no veía la ocasión propicia para mostrarle sus escritos a nadie que no fuera ella misma, con lo que empezó a sentirse bloqueada, por así decirlo. Sentía miedo de lo que la gente pudiera decir de ella y sus escritos. Pero tampoco se atrevía a pedir ayuda para que alguien la asesorara con respecto a dónde podía publicar y compartir lo que escribía. Algo había cambiado en su interior y aquello la hacía sentir muy deprimida.
  
  Un día, se armó de valor y decidió afrontar sus miedos escribiendo un relato con la primera idea que se le vino a la cabeza. Comenzó con frases cortas y fue añadiendo más ideas a medida que le iban viniendo a la cabeza. Sentía que no podía, pero aún así, continuó. Lloró y pataleó y al final quiso rendirse, pero tenía que seguir. Acabó agotada, pero cuando creyó que había terminado, decidió publicarlo en varias plataformas que había descubierto por Internet y en su perfil de Facebook. Miró a través de la ventana de su habitación y vio que era de noche. Se acostó en su cama y se quedó dormida.

  Al día siguiente se despertó apresuradamente y corrió a su ordenador, por ver si alguien había reparado en su obra o le habían escrito algo. Vio que tres personas habían leído su cuento y no supo cómo sentirse, aunque ya había dado un paso adelante, lo cual no es poco.
  
  Quiso continuar de inmediato con aquello. Sentía que necesitaba escribir a como diera lugar, pero no sabía el qué. Le dio vueltas y más vueltas a la página en blanco, mas nada se le ocurría que pudiera ser interesante. Lloró amargamente. Otra vez estaba bloqueada.
  Acudió a clase y apenas prestó atención a las explicaciones de los profesores ni a cuanto le rodeaba.
Al llegar a casa, después de las clases, encontró a su padre en un cuarto que hacía las veces de estudio y de despacho, pues el padre de Carolina era abogado y bastante bueno, además.

  Muy apenada, le contó todo lo que le había pasado y de cómo se sentía, con todo lujo de detalles. Le habló acerca de su bloqueo. A lo cual, su padre, sonrió meneando la cabeza y le enjugó una lagrimilla con el dedo pulgar, que iba corriendo por su mejilla.

 -¿Te bloqueas?- preguntó el padre. –Pues desbloquéate.
 - No puedo. – respondió ella, tratando de aguantar las lágrimas.
 - ¿Cómo no se va a poder? Pues claro que sí se puede.

  Dicho lo cual, su padre habló así:

  “El día en que naciste fue sin duda el más feliz de mi vida, pero también fue el más aterrador, en el sentido en que, yo mismo; y tu madre más aún, también nos sentimos bloqueados en muchos momentos. Sentíamos miedo de que algo saliera mal. Yo estaba agitadísimo por ver a tu madre pasar aquellos terribles dolores, por no saber qué hacer para consolarla o ayudarla y darle ánimos de forma efectiva. Y, estando ya en el paritorio, antes de que tu cabecita asomara, pareció que no querías salir de donde estabas, que te bloqueabas. Tu madre chillaba y sollozaba. Hubo un momento, entre lágrimas y sudores, que me dijo que no podía. Aterrado como estaba, yo no acerté más que a secarle el sudor de la frente y las lágrimas con el pulgar, tal como hice contigo antes. Le dije que cómo no iba a poder, si ella podía con todo. No sabía qué hacer. Éramos muy jóvenes y padres primerizos, de añadidura. Nos sentíamos bloqueados ante lo que desconocíamos. Así que, cogiendo su mano muy fuertemente, traté de infundirle ánimos lo mejor que pude. Después vinieron el médico y las enfermeras, me hicieron salir de la sala y yo me apoyé contra la pared,  como queriendo escuchar a través de ella. Estaba pálido, me temblaban las piernas y a punto estuve de echarme a llorar. Finalmente, al cabo de unos minutos que me parecieron eternos, salió una enfermera y allí estabas. Vaya si pudimos.”

  Hizo una pausa y rebuscó en su cartera de piel, como si quisiera enseñarle algo a su hija. Después, prosiguió:

  “Ahora estoy trabajando en el caso de un joven de 24 años que, durante una discusión con su novia, terminó por propinarle una bofetada en la mejilla. Lo cierto es que el muchacho lo tiene crudo. Todo está en su contra, pues hay testigos que dicen haberles oído discutir a ambos muchas veces; que él era el que más gritaba y que era de esperarse una cosa así. Y yo tengo que defenderle. Pero aunque todo esté en su contra y en la mía, como abogado suyo; ni mucho menos voy a decir que no se puede y a quedarme bloqueado. Es un muchacho peculiar. Le gusta leer y parece ser que también escribe alguna cosa. Le gusta la música clásica y cuidar de sus mascotas. Sospecho, aunque no quiere decírmelo, que ha recibido alguna clase de maltrato por parte de alguien. Es muy rebelde y propenso a la depresión. Y parece que siente miedo de mostrar lo que piensa o siente. Está a la defensiva, las más de las veces. Pero yo no voy a parar hasta levantar ese bloqueo suyo y descubrir la verdad. Lo defenderé tanto como pueda, aunque desde luego se merece un castigo. Pero yo he de tratar que sea lo más, digamos, tenue posible. Y que aprenda del ejemplo, si es que quiere aprender, claro. Sospecho además, que ese muchacho ha sufrido mucho, que se toma las cosas de forma harto dramática y las guarda para sí, hasta que  estalla. Al menos se le ve arrepentido. Es lo que he sacado en claro hasta ahora y ¡vaya si le pienso  sacar más!”
  
  Carolina se limitaba a guardar silencio, mientras se esforzaba en captar qué era lo que su padre trataba de decirle con todo aquello; mientras que él, continuó con su discurso:
  
  “Ya que te has bloqueado te daré una idea, por si pudiera servirte. Podrías escribir una especie de historia que trate sobre la misma que ya has publicado. Podrías tratar de contar qué te llevó a escribirla, en primer lugar. También puedes tratar de describir qué sentías o pensabas antes de escribirla y a medida que ibas avanzando en su desarrollo. Tú escribe, aunque sólo sea por escribir y escribe cualquier cosa, por absurda que te pueda parecer. No te rindas. No te bloquees. Los bloques se usan para construir, no tienen nada que ver con las personas. Usa tú tus propios bloques, que son las ideas y construye con tus herramientas, que son tu mente y tu mano, al igual que lo son la paleta y la llana, para construir una pared, con bloques. Qué puedo yo decirte, hija. Practica. Escribe, lee, corrige y dale las vueltas que hagan falta. Poco a poco irás viendo cómo adquieres destreza y cada bloque va encajando. Pero no lo dejes. Practica y verás la de cosas que las palabras pueden decirte. La cantidad de combinaciones que puedes hacer con esos bloques es infinita. Ahí está la magia. Ahí y en que tú seas capaz de imprimirle tu propio estilo y que lo vayas perfeccionando. No tengas miedo. Hazlo, simplemente.”
  
  Después de todo lo que su padre le había dicho, Carolina se sintió un poco mejor. Se fue a su habitación y se dispuso a escribir acerca de su historia, tal y como su padre le había dicho. Y, al cabo de un rato de haber comenzado a escribir, se dio cuenta de que tal vez fuese mejor escribir la historia de su bloqueo, su depresión y de cómo su padre la había ayudado.
 Y aquí está. Gracias, papá.

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