¿TE BLOQUEAS? PUES DESBLOQUÉATE.
Carolina era una estudiante de 18 años que soñaba con ser escritora. Era una niña jovial y alegre. Le encantaba hablar con toda clase de gente, pero sobre todo escuchar. Y tenía una carita redondeada, rematada por unos enormes ojos negros de largas pestañas, que daban ganas de comérsela, como suele decirse. Una chiquilla que se hacía querer. Cada vez que se ponía a hablar con una persona, absorbía todo lo que le contaba como una esponja. Leía mucho. Todo aquello que caía en sus manos. Aquella chiquilla se atrevía con todo, ya fueran Cervantes, Lope o Quevedo. De ahí saltaba a Conan Doyle o Agatha Christie. Pasando, desde luego, por Perrault, los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen o Gloria Fuertes. Y de allí, a lo mejor daba otro salto hasta Homero o Platón, si hacía falta. Tampoco le hacía ascos a una buena historieta de Tintín, Asterix, Batman, El Capitán Trueno o El Jabato. Todo aquello lo sacaba de la biblioteca de su padre, la cual se conocía al dedillo. Y no leía cada obra ni una ni dos ni tres veces, sino siempre que se le presentaba la ocasión. Devoraba toda clase de libros e historias con avidez y, después, abordaba a cualquier persona que pudiera compartir impresiones con ella sobre aquella infinidad de Universos que le presentaban esas obras o que pudiese ayudarla a comprender conceptos, personajes, momentos, sensaciones, estilos… Era una persona con un hambre insaciable de conocimientos y gusto por la cultura.
Carolina era una estudiante de 18 años que soñaba con ser escritora. Era una niña jovial y alegre. Le encantaba hablar con toda clase de gente, pero sobre todo escuchar. Y tenía una carita redondeada, rematada por unos enormes ojos negros de largas pestañas, que daban ganas de comérsela, como suele decirse. Una chiquilla que se hacía querer. Cada vez que se ponía a hablar con una persona, absorbía todo lo que le contaba como una esponja. Leía mucho. Todo aquello que caía en sus manos. Aquella chiquilla se atrevía con todo, ya fueran Cervantes, Lope o Quevedo. De ahí saltaba a Conan Doyle o Agatha Christie. Pasando, desde luego, por Perrault, los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen o Gloria Fuertes. Y de allí, a lo mejor daba otro salto hasta Homero o Platón, si hacía falta. Tampoco le hacía ascos a una buena historieta de Tintín, Asterix, Batman, El Capitán Trueno o El Jabato. Todo aquello lo sacaba de la biblioteca de su padre, la cual se conocía al dedillo. Y no leía cada obra ni una ni dos ni tres veces, sino siempre que se le presentaba la ocasión. Devoraba toda clase de libros e historias con avidez y, después, abordaba a cualquier persona que pudiera compartir impresiones con ella sobre aquella infinidad de Universos que le presentaban esas obras o que pudiese ayudarla a comprender conceptos, personajes, momentos, sensaciones, estilos… Era una persona con un hambre insaciable de conocimientos y gusto por la cultura.
Le gustaba mucho escribir cuentos e historias
cortas, las cuales, cuando era más pequeña e iba a la escuela, le entregaba a
su maestra para que se las leyera en voz alta a toda la clase, pues a ella le
daba mucha vergüenza. Aunque, de alguna forma, no se sentía del todo complacida
con lo que escribía. Desde luego, la maestra accedía de buen grado, pues
aquella chiquilla era algo fuera de lo común, a pesar de que sus cuentos fuesen
los propios de un niño de su edad. Además, la niña mostraba ciertos signos y
detalles, como el querer añadir cosas a sus cuentos. Luego estaba el entusiasmo
que ponía. También dibujaba personajes y paisajes para complementarlo de alguna
forma. Fue creciendo y compaginaba sus estudios con la lectura y la escritura,
aunque entonces, ya no veía la ocasión propicia para mostrarle sus escritos a
nadie que no fuera ella misma, con lo que empezó a sentirse bloqueada, por así
decirlo. Sentía miedo de lo que la gente pudiera decir de ella y sus escritos.
Pero tampoco se atrevía a pedir ayuda para que alguien la asesorara con
respecto a dónde podía publicar y compartir lo que escribía. Algo había
cambiado en su interior y aquello la hacía sentir muy deprimida.
Un día, se armó de valor y decidió afrontar
sus miedos escribiendo un relato con la primera idea que se le vino a la
cabeza. Comenzó con frases cortas y fue añadiendo más ideas a medida que le
iban viniendo a la cabeza. Sentía que no podía, pero aún así, continuó. Lloró y
pataleó y al final quiso rendirse, pero tenía que seguir. Acabó agotada, pero
cuando creyó que había terminado, decidió publicarlo en varias plataformas que
había descubierto por Internet y en su perfil de Facebook. Miró a través de la
ventana de su habitación y vio que era de noche. Se acostó en su cama y se
quedó dormida.
Al
día siguiente se despertó apresuradamente y corrió a su ordenador, por ver si
alguien había reparado en su obra o le habían escrito algo. Vio que tres personas
habían leído su cuento y no supo cómo sentirse, aunque ya había dado un paso
adelante, lo cual no es poco.
Quiso continuar de inmediato con aquello.
Sentía que necesitaba escribir a como diera lugar, pero no sabía el qué. Le dio
vueltas y más vueltas a la página en blanco, mas nada se le ocurría que pudiera
ser interesante. Lloró amargamente. Otra vez estaba bloqueada.
Acudió a clase y apenas prestó atención a las
explicaciones de los profesores ni a cuanto le rodeaba.
Al llegar a casa, después de las clases,
encontró a su padre en un cuarto que hacía las veces de estudio y de despacho,
pues el padre de Carolina era abogado y bastante bueno, además.
Muy apenada, le contó todo lo que le había
pasado y de cómo se sentía, con todo lujo de detalles. Le habló acerca de su
bloqueo. A lo cual, su padre, sonrió meneando la cabeza y le enjugó una
lagrimilla con el dedo pulgar, que iba corriendo por su mejilla.
-¿Te bloqueas?- preguntó el padre. –Pues
desbloquéate.
- No puedo. – respondió ella, tratando de
aguantar las lágrimas.
- ¿Cómo no se va a poder? Pues claro que sí se
puede.
Dicho lo cual, su padre habló así:
“El día en que naciste fue sin duda el más
feliz de mi vida, pero también fue el más aterrador, en el sentido en que, yo
mismo; y tu madre más aún, también nos sentimos bloqueados en muchos momentos.
Sentíamos miedo de que algo saliera mal. Yo estaba agitadísimo por ver a tu
madre pasar aquellos terribles dolores, por no saber qué hacer para consolarla
o ayudarla y darle ánimos de forma efectiva. Y, estando ya en el paritorio, antes
de que tu cabecita asomara, pareció que no querías salir de donde estabas, que
te bloqueabas. Tu madre chillaba y sollozaba. Hubo un momento, entre lágrimas y
sudores, que me dijo que no podía. Aterrado como estaba, yo no acerté más que a
secarle el sudor de la frente y las lágrimas con el pulgar, tal como hice
contigo antes. Le dije que cómo no iba a poder, si ella podía con todo. No
sabía qué hacer. Éramos muy jóvenes y padres primerizos, de añadidura. Nos
sentíamos bloqueados ante lo que desconocíamos. Así que, cogiendo su mano muy
fuertemente, traté de infundirle ánimos lo mejor que pude. Después vinieron el
médico y las enfermeras, me hicieron salir de la sala y yo me apoyé contra la
pared, como queriendo escuchar a través
de ella. Estaba pálido, me temblaban las piernas y a punto estuve de echarme a
llorar. Finalmente, al cabo de unos minutos que me parecieron eternos, salió
una enfermera y allí estabas. Vaya si pudimos.”
Hizo una pausa y rebuscó en su cartera de
piel, como si quisiera enseñarle algo a su hija. Después, prosiguió:
“Ahora estoy trabajando en el caso de un
joven de 24 años que, durante una discusión con su novia, terminó por
propinarle una bofetada en la mejilla. Lo cierto es que el muchacho lo tiene
crudo. Todo está en su contra, pues hay testigos que dicen haberles oído
discutir a ambos muchas veces; que él era el que más gritaba y que era de
esperarse una cosa así. Y yo tengo que defenderle. Pero aunque todo esté en su
contra y en la mía, como abogado suyo; ni mucho menos voy a decir que no se
puede y a quedarme bloqueado. Es un muchacho peculiar. Le gusta leer y parece
ser que también escribe alguna cosa. Le gusta la música clásica y cuidar de sus
mascotas. Sospecho, aunque no quiere decírmelo, que ha recibido alguna clase de
maltrato por parte de alguien. Es muy rebelde y propenso a la depresión. Y
parece que siente miedo de mostrar lo que piensa o siente. Está a la defensiva,
las más de las veces. Pero yo no voy a parar hasta levantar ese bloqueo suyo y
descubrir la verdad. Lo defenderé tanto como pueda, aunque desde luego se
merece un castigo. Pero yo he de tratar que sea lo más, digamos, tenue posible.
Y que aprenda del ejemplo, si es que quiere aprender, claro. Sospecho además,
que ese muchacho ha sufrido mucho, que se toma las cosas de forma harto
dramática y las guarda para sí, hasta que
estalla. Al menos se le ve arrepentido. Es lo que he sacado en claro
hasta ahora y ¡vaya si le pienso sacar
más!”
Carolina se limitaba a guardar silencio,
mientras se esforzaba en captar qué era lo que su padre trataba de decirle con
todo aquello; mientras que él, continuó con su discurso:
“Ya que te has bloqueado te daré una idea,
por si pudiera servirte. Podrías escribir una especie de historia que trate
sobre la misma que ya has publicado. Podrías tratar de contar qué te llevó a
escribirla, en primer lugar. También puedes tratar de describir qué sentías o
pensabas antes de escribirla y a medida que ibas avanzando en su desarrollo. Tú
escribe, aunque sólo sea por escribir y escribe cualquier cosa, por absurda que
te pueda parecer. No te rindas. No te bloquees. Los bloques se usan para
construir, no tienen nada que ver con las personas. Usa tú tus propios bloques,
que son las ideas y construye con tus herramientas, que son tu mente y tu mano,
al igual que lo son la paleta y la llana, para construir una pared, con
bloques. Qué puedo yo decirte, hija. Practica. Escribe, lee, corrige y dale las
vueltas que hagan falta. Poco a poco irás viendo cómo adquieres destreza y cada
bloque va encajando. Pero no lo dejes. Practica y verás la de cosas que las
palabras pueden decirte. La cantidad de combinaciones que puedes hacer con esos
bloques es infinita. Ahí está la magia. Ahí y en que tú seas capaz de
imprimirle tu propio estilo y que lo vayas perfeccionando. No tengas miedo.
Hazlo, simplemente.”
Después de todo lo que su padre le había
dicho, Carolina se sintió un poco mejor. Se fue a su habitación y se dispuso a
escribir acerca de su historia, tal y como su padre le había dicho. Y, al cabo
de un rato de haber comenzado a escribir, se dio cuenta de que tal vez fuese
mejor escribir la historia de su bloqueo, su depresión y de cómo su padre la
había ayudado.
Y aquí está. Gracias, papá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario